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Lur Herrero

El efecto placebo, ¿truco o trato?

Actualizado: 13 sept 2020

El placebo es un término popularmente conocido y, sin embargo, todavía hay muchas incógnitas que resolver en cuanto a su funcionamiento, especialmente, en cuanto al “efecto placebo”. Aunque ha estado presente en toda la historia de la medicina (véase triaca, sangrías, purgas, mermerismo, perkinismo, etc.), lo cierto es que su estudio es relativamente moderno.


En 1784, Benjamin Franklin y Antoine Lavoisier utilizaron placebos como control, exponiendo a pacientes a los llamados “objetos de magnetismo animal” en contraposición a otros objetos normales sin identificar. Los resultados fueron similares en ambos. En cualquier tratamiento médico ha predominado la máxima hipocrática primum non nocere” o “lo primero es no hacer daño”, pero no fue hasta iniciados el s.XX que, además, se plantea que los medicamentos o tratamientos, además de no causar daños, deben ser eficaces. Probablemente, el primer ensayo clínico controlado con placebo, como los conocemos hoy en día, se remonta a 1931, en el que se hizo un ensayo a doble ciego, comparando el efecto de sanocrysin, para el tratamiento de la tuberculosis, con inyecciones intravenosas de agua destilada.


A comienzos del s.XIX es cuando se empiezan a estudiar las capacidades curativas de este tipo de métodos. Hasta mediados del s. XX el placebo no fue más que un “truco” o ilusión psicológica, un modo de complacer al paciente, y no algo que realmente aportara un beneficio fisiológico o “real”.


En 1955, la publicación de Beecher “The powerful placebo” en Journal of the American Medical Association orientaba a estas sustancias inactivas como propulsores de un efecto terapéutico.

Empezaba así un debate entre la comunidad científica que observaría que estas sustancias o terapias placebo, conseguían efectos que además de psicológicos, tenían repercusiones y beneficios fisiológicos. Recientemente, gracias a las mejoras tecnológicas, se ha descubierto que llega incluso a nivel molecular. Mientras que no se reconoce como tratamiento ni curador de enfermedades, sí podría mejorar síntomas asociados o algunas manifestaciones como la ansiedad o el dolor, acompañantes habituales de muchas enfermedades.


Por otro lado, también es relativamente reciente su uso como herramienta metodológica en ensayos clínicos y en la Medicina basada en la Evidencia (MBE).


En este sentido puede ser en el que más se haya extendido el término “placebo”. Actualmente, para demostrar la eficacia de fármacos experimentales, se someten a pruebas minuciosas y muy estudiadas en las que se comparan, en unas condiciones concretas, el fármaco experimental versus sustancias placebo. De esta forma, se comparan los posibles fármacos con la acción de sustancias inactivas (placebo) que actúan como control para desarrollar medicamentos eficaces.


Aunque una característica clave del “placebo” es que no tiene acción terapéutica por sí mismo, incluso en estos ensayos es posible ver una mejora de los sujetos tratados con placebo. A este beneficio producido por una sustancia inactiva es a lo que se denomina “efecto placebo”.


Por ejemplo, si en un ensayo clínico se observa mejoría de un 30% de los pacientes tratados con placebo, éste será nuestro indicador para medir la eficacia del fármaco que estemos estudiando. Si supera el 30%, diremos que obtiene resultados positivos y podremos continuar con su evaluación de eficacia. Si, por el contrario, no se supera ese porcentaje, diremos que el fármaco no tiene evidencia científica más allá del efecto placebo.

En su libro “Mala Ciencia”, Ben Goldacre, médico e investigador, define el efecto placebo como “la única terapia milagrosa que existe”. El efecto placebo es un fenómeno multicausal: los comprimidos grandes, en cápsulas o coloridos parecen tener más eficacia, todavía más las inyecciones o los rituales… y si son más caros o de marca, todavía más. El efecto placebo no se produce siempre y depende de multitud de factores, entre los cuales, según estudios recientes (Kathryn T. Hall y Kaptchuk) se incluye la propia predisposición genética al efecto placebo, que se ha denominado “placeboma” y podría ser de utilidad para ahorrar tiempo y costes en ensayos clínicos.


El psiquiatra y psicólogo clínico Josep Toro Trallero (2019), señala dos aspectos esenciales que actúan como mecanismos del efecto placebo: las expectativas de mejora del paciente (su creencia en el tratamiento y sus resultados) y el condicionamiento clásico (por experiencias o estímulos similares que se han vivido anteriormente). Dependiendo también de estos factores se puede producir el efecto contrario, denominado “efecto nocebo” que se produce cuando las expectativas son negativas y el paciente cree que el tratamiento no va a funcionar o es perjudicial.


Josep Toro hace especial referencia a la labor de los profesionales sanitarios: “no se enseña que pueden estar determinando efectos placebo, esto está fuera de los estudios actuales. Es importante que sean conscientes de que pueden ejercer efecto placebo por su buen hacer en las relaciones interpersonales”.



Accede a la "Bibliografía" para saber qué materiales se han consultado para la realización de este proyecto

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